jueves, 29 de diciembre de 2011

Cortometraje.

A. Condición. (Buenos Aires, 2010)
De Yamila Papini.


Alina: Malena Vázquez.
Esteban: Rodrigo Soler.
Señor: Ángel Giordano.


Música Original: Rodrigo Soler.





jueves, 15 de diciembre de 2011

Lluvia de Flores (6 de Julio de 1998)

Ella empezó su viaje justo cuando terminó mi vida.
Hay una fotografía de ella cuando estaba mal
Y entonces, dios era mejor que nada…
Ella siempre se preocupaba por cosas como ésas.
Y ahora duerme bajo una lluvia de flores.
Ella reía y yo hacía trampas con las cartas
Y ella dormía en un hospital solitario,
Y a diario lloraba y la lluvia lavaba sus lágrimas, y yo lo creo…
Ella creía que todo terminaría,
Y nadie se atrevió con la verdad.
Y ella se preguntaba dónde estábamos,
Y el alma se condenaba…
No hay más oportunidades en las nubes.
Y a diario lloro y la lluvia lava mis lágrimas,
Y siempre corro, y ella me mira,
Y entonces, dios era mejor que nada…

miércoles, 30 de noviembre de 2011

De mis fantasmas y demonios...

Mis fantasmas salían por la noche a debatir a mis espaldas, mis demonios componían la banda de sonido de mis madrugadas dicotiledónicas y salían a emborracharse de cadenas arrastradas por algunos de todos los personajes que fui alguna vez. Algunos murieron, a otros los fui matando. Pero partes de todos ellos se manifiestan dentro de mí y me recuerdan que arrastramos mucho más de lo que imaginamos. 
Y que nadie elige a sus fantasmas.

Podrían haber atravesado todas las puertas necesarias para recaer acá, pero no podrían franquear el último obstáculo por más similar que fuera a los anteriores.
Porque era el último.
Y porque yo estaba esperándolos, con el paso de los años a mis espaldas como prueba irrefutable de la falsa inmortalidad de nuestros demonios.

martes, 29 de noviembre de 2011

Abrazos

Rodrigo Soler y Nadia Rosique
Fotos del Proyecto "Abrazos" de Cristina Ardelean
-Madrid, 17 de Marzo de 2009-



jueves, 20 de octubre de 2011

Te morís

Te morís.

Te morís y lo único que queda de vos son unas plantas marchitándose en el balcón, a las que alguna lluvia ocasional puede alargarles la vida durante un tiempo, hasta que venga el verano y no llueva por unas semanas, y el sol pegue tan fuerte que para cuando llueva sólo queden unos rastrojos amarillentos que no revivirán por más agua que les caiga encima. Porque están muertos. Como vos.

Te morís y lo único que queda de vos es tu recuerdo en algunos seres queridos que te llevarán flores a la tumba en algún aniversario, o pondrán tu canción en tu cumpleaños, o brindarán por vos en alguna cena, o mirarán al cielo cuando hagan un gol y te lo dedicarán. Durante un tiempo, claro. El dolor irá pasando, los recuerdos pasarán a ser anécdotas que cada vez serán más de esas personas y menos de ambos, a fuerza de repetición y deformación. Y al final, sólo serás recuerdos distorsionados en alguna anécdota que alguien le cuente a personas que no te conocieron ni te conocerán por esa anécdota porque no sos vos quien está ahí, sino que es un momento de una persona que por lo demás podría haber sido completamente distinta en todo salvo en eso. No te conocerán.
Y no podrán conocerte nunca porque estás muerto.

Te morís y lo único que quedará de vos será tu perfil de facebook con mensajes de condolencia y dolor en tu muro, que irán espaciándose hasta que sólo te recordarán cuando facebook les avise que es tu cumpleaños, y ahí se darán cuenta que te extrañan, y volverán a escribir en tu muro. Aunque en realidad no es tu cumpleaños porque vos no cumplís más porque estás muerto.

Te morís y te quedan 50 pesos sin pagarle al almacenero, un sobretodo que no fuiste a buscar a la tintorería, tu nombre en una factura del teléfono que nadie se molestará en cambiar, el libro que te prestaron y que te quedó a la mitad y no vas a saber el final de la historia porque el tuyo te llegó antes, te queda sin hacer ese llamado en el que tenías cosas que decir, te quedaron consejos sin dar y abrazos por recibir porque fue todo tan repentino que no te diste cuenta que te ibas a morir.

Pero te morís.
Y la vida no te avisa.
Así que no estemos muertos en vida que con una muerte es más que suficiente.
Y una viene en el contrato.

martes, 30 de agosto de 2011

Mis dos relojes


Mis dos relojes marcan los segundos al mismo tiempo. En realidad tendría que ser siempre así, pero nunca es así. Cuando uno pone en hora un reloj, mira las horas y los minutos en otro como referencia, pero nunca mira los segundos. Y mucho menos intenta sincronizar el tic-tac…
Pero, aunque mi reloj de pared y el despertador se hayan puesto de acuerdo para ejercer su monótono ruido a la vez, no se aclaran con el segundo que están especificando en ese momento. El de la pared gana por 20 segundos. Sumado a que la aguja mediana supera en una sexagésima parte de su ciclo a su colega del despertador, tenemos que mi pared está un minuto y veinte segundos por delante de mi estantería.

¿Se puede pedir literalidad en este desfase? Si estoy apoyado en la pared y una amante ocasional se quiere ir porque no incluí la ternura en mi oferta sexual, ¿puedo volver a la estantería y reformular mi propuesta añadiendo esas cosas que nos gustan escuchar pero no decir? ¿Puedo hacerlo todo el tiempo para ir probando las propuestas que mejor vayan cayendo, en un ‘Elige tu propia aventura’ social?
¿Cuándo estoy apoyado en la pared estoy acelerado, o sólo estoy lento frente a la estantería?
¿Y si ninguno de mis dos relojes está en lo correcto y yo me muevo en un limbo temporal entre dos horarios equivocados?

Yo intento ponerlos en hora. Siempre. No soy de ésos que llevan siempre el reloj 10 minutos adelantados para no llegar tarde. ¿Cómo se llega a tal nivel de abstracción como para que la mitad derecha de tu cerebro le esconda algo a la izquierda, y no hagas automáticamente el cálculo de la hora real?
Lo peor de todo, es cuando estás ansioso esperando algo, miras el reloj de alguien, y el dueño te advierte: ‘está 10 minutos adelantado’… Si vuestro cerebro automáticamente, cuando piensan en su reloj, les envía un fax con la frase: ‘avísale al pobre tío éste, que está apurado y tú tienes la hora incorrecta’, ¿Qué clase de sádico placer obtenéis al mirar cada vez vuestro reloj, sobresaltaros, y al segundo tranquilizaros pensando: ‘Ah… Cierto.’?

¿El masoquismo horario es una de esas nuevas tendencias que por lo general inventa algún Performer francés o en su defecto un newyorkino vanguardista para protestar por la paradójica relación entre el tiempo que nos regalan y el que nos quitan las nuevas tecnologías, tendencia de la que luego se apropian varios pseudo-trendys alternativos, y que se va expandiendo hasta globalizarse y al final ya nadie se acuerda del francés o en su defecto newyorkino en cuestión, pero quedan presos de un adelantamiento horario del que jamás sabrán el origen hasta que por casualidad lo encuentren en Wikipedia aburridos de buscar frases sobre facebook para twittearlas?

¿Cuánto falta para que salga la contracorriente de Puntuales Anónimos que pida ‘atrasemos 10 minutos nuestros relojes para luchar contra nuestra obsesión y contra la opresión del tiempo en estos tiempos, valga la redundancia’?
¿Cuándo empezará la cadena ‘adelántale el reloj a alguien sin que lo sepa, ponlo en tu muro si te gusta la puntualidad’?
El tema es encontrar algo a lo que oponerse. Ayer, hoy, y dentro de diez minutos, que para algunos es exactamente este mismo momento.


RS.-

martes, 9 de agosto de 2011

El anillo azul

Un denso líquido rojizo descendía chorreando por azulejos que alguna vez fueron blancos. Caía lentamente hasta formar un charco que se extendía más y más por el suelo, como macabra alegoría de la cultura gore del miedo y la seguridad. Penetraba el cemento del suelo y se fundía con él. Lenta pero inexorablemente, el líquido iba cubriendo toda la superficie como un virus que no tiene prisa por llegar pero toda la seguridad de hacerlo.
Dos metros más arriba, un cuadrado iluminado era el fin de un haz de luz que se colaba por una ventana rota, y sólo el fugaz y solitario paso de algún vehículo por la calle de atrás y un lento goteo aleatorio rompían el silencio.
Un olor dulce se extendía por el aire y atraía a las moscas que empezaban a llegar previendo un gran día.
El suelo de la nave estaba cubierto por una mezcla de polvo y grasa, rota en algunos sitios por pisadas recientes.
A cada lado del foso yacía un cuerpo inerte. Uno tenía un tiro en la frente. El otro, una gran mancha en el estómago y de su mano derecha que colgaba sobre el vacío, adornada por un gran anillo azul, lentas gotas caían aleatoriamente contribuyendo a la gran marea roja que caía por el borde.


Asqueado de pelearse contra el cielo y de venderse excusas todo el tiempo, decidió que ya era hora de arreglar las cosas, y salió a enfrentarse al mundo con esa seguridad que tiene la gente cuando se acaba de prometer algo a sí misma.
Bajó de dos en dos los escalones de los cuatro pisos y se lanzó a la calle a averiguar si era verdad eso de que cada uno cambia su destino, o si tenía que dejar de leer los folletos de autoayuda que se apilaban en su buzón.
Al salir al portal del número 39 de Ave María, miró hacia ambos lados y bajó hasta la plaza de Lavapies, fumando lentamente y deteniéndose un momento frente al banco donde hace años solía sentarse largas horas a beber cerveza y fumar hachís con Tania, hablando de Marruecos y del típico sueño de montar un bar en alguna playa africana para huir del asfalto. Cerró los ojos un instante al tiempo que apartaba su rostro de aquel banco y siguió andando.
Hombres en blanco y negro recitaban a Rosalía de Castro por la voluntad.
Ángeles grises empeñaban sus alas negras por un gramo de speed.
Pies negros con sus perros y flautas se abstraían de miradas ajenas a golpe de litrona.

Pasó por delante del Centro Dramático Nacional y sonrió al recordarse como actor, antes de que su vida se quebrara, y él decidiera detener todo lo que no sea arrancar de sus entrañas la horrible culpa que lo tenía paralizado hace años.
Por eso hoy le iba a quitar al culpable la posibilidad de reincidir.
Dobló por Miguel Servet, hacia la Glorieta de Embajadores. Siguió andando durante 10 minutos más, sin escuchar a esa voz cobarde que se encargaba de repetirle cada uno de sus miedos constantemente, y que se esfumó apenas levantó su cabeza y vio la vieja puerta que tantas veces había aparecido en sus sueños.
Se puso el anillo azul que Tania le había regalado, y entró con firmeza en el taller abandonado para cerrar 
una historia a la que le sobraban varios capítulos.
Y descansar.

RS.-