lunes, 19 de octubre de 2020

Canciones desde el Búnker: Memoria de pez

Los dos últimos veranos nos fuimos a Córdoba con Marne, Diego y Nacho. Le alquilamos la misma casa a Carlos, un pintor cordobés que baila tango y escribe libros. Cada día íbamos a un río diferente, cada noche hacíamos una fogata y tirábamos carnes y verduras a las brasas.

Con Marne nos quedamos unos días más. Buscando en un mapa playas vacías en algún río cercano, encontré por la zona del Durazno un recodo del río alejado de todo lo demás. Se llamaba Playa Hermosa. Supuse que aunque el nombre podía ser exagerado nadie le pone playa hermosa a un lugar horrible.

No era fácil llegar. Debíamos bordear el río entre las piedras durante un par de kilómetros, o ir por un camino de tierra que terminaba cerca y bajar por donde se pudiera. No había indicaciones al lugar, y dimos varias vueltas sin encontrarla, hasta que una de las ruedas pega contra una piedra del camino y pinchamos.

Conseguimos cambiar la rueda y llegar bordeando el río. Playa Hermosa era todo lo que su nombre prometía y más. Un lugar desierto, con un río transparente, una pequeña cascada formada por las rocas que caen de la ladera, un bosque de pinos enfrente, y varias playas diminutas que forma el río.

Cuando volvíamos para Buenos Aires con Marne pinchamos de nuevo, a la altura de San Pedro. No teníamos rueda de auxilio y estábamos de noche en medio de la autopista bajo la lluvia. Cuando salgo del auto miro para atrás y tengo casi encima un camión doble acoplado que me pasa tan cerca que tengo que pegarme al auto, la puerta se abre por el envión y pega en alguna parte del camión pero zafa. Caminamos con la rueda por la ruta hasta una estación de servicio, y ahí nos dijeron que en el pueblo había una gomería abierta. Los remises no atendían por la lluvia pero conseguimos un taxi. El taxista nos contó que como ahora se plantaba tanta soja, se habían perdido puestos de trabajo y árboles frutales de la zona. Llegamos media hora antes de que cierren pero nos emparcharon la rueda, el taxista nos llevó hasta nuestro auto y nos iluminó con las luces del suyo hasta que la cambiamos, y volvimos a Buenos Aires sorprendentemente intactos. Una semana después empezó la cuarentena.



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