Me
acuerdo de mi profesora Ortega…
Se
teñía el pelo color naranja óxido, y tenía el maxilar inferior un poco
adelantado del maxilar superior, como Marcela Balsam, el personaje de Juana
Molina. El parecido y la simultaneidad alimentaban la comparación.
Mi
mamá se murió un 26 de julio y a los pocos días yo tenía que rendir matemáticas
con Ortega, quien era además una de las dos causales de que me llevara esa
materia y de que siguiera teniéndola previa, luego de un par de rounds en
diciembre y marzo entre ella y yo con una clara ganadora. El otro causal,
claramente, era yo. Me presenté un poco por la culpa de no utilizar a mi santa
madre como excusa, un poco porque mucho más no iba a estudiar aunque me
retrasaran el examen, y, para qué negarlo, un poco por ver si de casualidad se
llegaba a enterar de lo ocurrido y se le aflojaba un poco el corazón a ese
ángel impertérrito del infierno.
Decidí presentarme y también que lo más digno era no decir nada y que fuera lo
que fuera. Por lo visto un compañero mío se encargó de materializar la
casualidad y le contó lo ocurrido a una preceptora. Unos minutos después de
comenzado el examen llega al aula la preceptora, llama sutilmente a la
profesora, y le comenta en voz baja lo de mi madre mirándome de reojo cada dos
segundos con una cara de pena y compasión que no le conocía ni le volví a
conocer. Mi profesora me miró con la misma cara o haciendo lo que podía, me
llamó, y en voz baja luego de un no sabés cuánto lo siento, me propuso posponer
el examen unos días.
Decidí
quedarme y hacer el examen. Aceptar su propuesta hubiera sido demostrar
debilidad ante el enemigo. Tu prueba me importa un carajo, y me la pienso sacar
de encima hoy, me vaya como me vaya. Sé que salí del aula con una pequeña
esperanza por lo hecho en el examen. No recuerdo nada de lo que hice durante la
espera. Probablemente irme a fumar algún Philip Morris al baño, si es que ya
fumaba, aunque creo que no.
El sector fumadores de la Escuela Técnica nº37 era el último cubículo del lado
izquierdo, una ducha en desuso que estaba pegada a la ventana, al extremo
opuesto de la entrada, ideal para poder eliminar evidencias.
Luego
de un rato salió Ortega, miró hacia ambos lados, me vio, me llamó, me volvió a
mirar con esa cara de compasión que habría estado ensayando pero que todavía le
salía un poquito tosca, y estiró su brazo con su mano sosteniendo mi prueba con
un 2 enorme en tinta roja alojado en el margen superior derecho.
Ortega
no solía gozar del clamor popular del alumnado, que la veía como el mayor
enemigo a vencer, pero todo cambió un febrero inolvidable.
Según
se comentaba en los pasillos del colegio, uno de la marina le había propuesto
matrimonio y al parecer le había dado todo el sexo que hace años nosotros
comentábamos que le venía faltando y Ortega sonrió durante todo el examen y
aprobó al 80% de los alumnos que se presentaron. El examen anterior habían
aprobado 2 de casi 30 personas.
Coger,
no sólo le hace bien a uno, le hace bien al resto del mundo.
Así que por favor, cojan.