sábado, 30 de julio de 2016

Del 26 de julio de 2016.

Ya no recuerdo qué juego de cartas era, alguien me lo había enseñado por esa época y yo se lo había enseñado a mi mamá. Jugábamos en su habitación, en el departamento 46 de Goya 255, porque ella ya no podía caminar. Recuerdo un instante, una mueca divertida de mi vieja ante una jugada mía, un gesto tierno y hermoso a la vez, y una sonrisa cómplice. Tardé en jugar porque me quedé perdido mirándola y diciéndome cuánto la quería, y cuánto la extrañaría si se iba. Me regañé por siquiera pensar en eso, pero me invadió en un instante el dolor por la posibilidad de perderla. Tiempo después tuvo una recaída y murió en el hospital, la noche en que no me despedí de ella porque se había quedado dormida y para qué la íbamos a despertar si al día siguiente volveríamos a visitarla.

Hoy hace 20 años que se fue la persona a la que más extrañé en mi vida.

Se llamaba Cristina Irene Rodríguez de Soler y sin ella no estaría acá.