miércoles, 22 de julio de 2015

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Me acuerdo de mi profesora Ortega…

Se teñía el pelo color naranja óxido, y tenía el maxilar inferior un poco adelantado del maxilar superior, como Marcela Balsam, el personaje de Juana Molina. El parecido y la simultaneidad alimentaban la comparación.

Mi mamá se murió un 26 de julio y a los pocos días yo tenía que rendir matemáticas con Ortega, quien era además una de las dos causales de que me llevara esa materia y de que siguiera teniéndola previa, luego de un par de rounds en diciembre y marzo entre ella y yo con una clara ganadora. El otro causal, claramente, era yo. Me presenté un poco por la culpa de no utilizar a mi santa madre como excusa, un poco porque mucho más no iba a estudiar aunque me retrasaran el examen, y, para qué negarlo, un poco por ver si de casualidad se llegaba a enterar de lo ocurrido y se le aflojaba un poco el corazón a ese ángel impertérrito del infierno.

Decidí presentarme y también que lo más digno era no decir nada y que fuera lo que fuera. Por lo visto un compañero mío se encargó de materializar la casualidad y le contó lo ocurrido a una preceptora. Unos minutos después de comenzado el examen llega al aula la preceptora, llama sutilmente a la profesora, y le comenta en voz baja lo de mi madre mirándome de reojo cada dos segundos con una cara de pena y compasión que no le conocía ni le volví a conocer. Mi profesora me miró con la misma cara o haciendo lo que podía, me llamó, y en voz baja luego de un no sabés cuánto lo siento, me propuso posponer el examen unos días.

Decidí quedarme y hacer el examen. Aceptar su propuesta hubiera sido demostrar debilidad ante el enemigo. Tu prueba me importa un carajo, y me la pienso sacar de encima hoy, me vaya como me vaya. Sé que salí del aula con una pequeña esperanza por lo hecho en el examen. No recuerdo nada de lo que hice durante la espera. Probablemente irme a fumar algún Philip Morris al baño, si es que ya fumaba, aunque creo que no.
El sector fumadores de la Escuela Técnica nº37 era el último cubículo del lado izquierdo, una ducha en desuso que estaba pegada a la ventana, al extremo opuesto de la entrada, ideal para poder eliminar evidencias.
Luego de un rato salió Ortega, miró hacia ambos lados, me vio, me llamó, me volvió a mirar con esa cara de compasión que habría estado ensayando pero que todavía le salía un poquito tosca, y estiró su brazo con su mano sosteniendo mi prueba con un 2 enorme en tinta roja alojado en el margen superior derecho.

Ortega no solía gozar del clamor popular del alumnado, que la veía como el mayor enemigo a vencer, pero todo cambió un febrero inolvidable.
Según se comentaba en los pasillos del colegio, uno de la marina le había propuesto matrimonio y al parecer le había dado todo el sexo que hace años nosotros comentábamos que le venía faltando y Ortega sonrió durante todo el examen y aprobó al 80% de los alumnos que se presentaron. El examen anterior habían aprobado 2 de casi 30 personas.

Coger, no sólo le hace bien a uno, le hace bien al resto del mundo.
Así que por favor, cojan.



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